sábado, 12 de octubre de 2013

Olvidados morimos

Y miré tú cara, pálida y sin expresión, ininteligible.
Por un segundo pensé que le hablaba a la tierra y no a mi amor.
Quería arrancarte los ojos y forrarlos con flores.
Deseaba comerte las manos y cantar en tu nombre.

Pensaba que tus aires paseaban por mis cabellos, pero solo era tu respiración.
Quieto, callado y voraz.
Jamás dejaste de mirarme, y cuando marchaste fue hacia la luz de invierno.
Éramos tan inocentes, tan llenos de ceguera en los estómagos.

Privados de caricias punzantes nos fuimos.
Candados en las bocas, con llaves perdidas en el mar.
Ovejas que bailaban mientras nos odiábamos en armonía.
Olvidados nacimos, despegados y destinados a recordar lo que fuimos.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Crónica de un espectro

La cama era grande, azul, tiesa. Mi tío, con cara de padre, recostado estaba. Un bebé juguetón, con la cara redonda y rosa, y una chica entretenida. Volteó a mirar aquel cuerpo, inmóvil. Esperó, y no vio el monte que bajaba y subía, esperó más. No lo veía.

Gritó, los pasos se oían, y la noticia debía ser dada, “Creo que tu esposo ya no respira. Está muerto.” Cara impávida, como si lo hubiera esperado desde hace mil años. “No te diste cuenta.” Y no volvió a abrir la boca. Estaba aterrada, qué haría ahora. Dónde quedó el tío/padre para ayudar, reír y cantar. Sentía las gotas, pero necias no salían.

Después era otro hombre, gordo y calvo. Con la cabeza aplastada, como naranja. Acostado pero corriendo, de acá para allá. Lo llevaban al lugar frío, de metal y estéril. Impotencia y confusión, vívidas sustancias.

Ahora era un circo, colores y formas se juntaban pero se sentían. Aquel hombre, alto y esbelto, negro el cabello y brillosos ojos, sonrisa cambiante. Perfecto. Una nueva mujer lo veía, lo quería tener. Los payasos se mofaban, de todos, de ellos. Decepción y dolor, después una calle mojada, empapada de dolor. Ella veía un auto, pequeño e irrisorio, lleno de narices. Pero con una forma que reconocía, que anhelaba. Se abrieron las puertas y se vio la sonrisa. Entró y se unieron, junto a los cómicos, los que cantaban y volteaban.

Regresaba el bebé, que debía ser cuidado. Y la narradora regresó al escenario. Lo nombraba, una y otra vez, hasta que quedara.  Nombres extraños, bobos. Llegó uno magnífico, lo dijo y supo. Amenazas por todas partes, ella debía cuidar a ella...o él. Me hablaban sobre una madre, descuidada e irreal, incapaz y detestable. La encontré, nos encontró.

Una camioneta café, vieja y olorosa, grande. Con teléfono pegado en oreja, con esposo detrás de ella, no servía para nada. Sonrió malosamente, y renombró a la criatura, enojada la que observaba la enfrentó y humilló, arrebató, pisoteó y lanzó. Aquella madre, perdida, lo buscó y se convirtió en nada. Quedó así la confundida con el/la bebé.  No sabía en lo absoluto lo que hacía, pero salvó una vida. Tal vez dos.

Y ahora risas, ¿payasos de nuevo? No, eran caras conocidas, pero borrosas. Estaban ahí, acompañando, pero inertes. ¿Qué seguía? El despertar, lo altivo y claro. Rememorar y preguntar. 

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ministerio de Supremacía

Por la calle caminaba una mujer, vestida con los hules-N3 más finos que se pudieran comprar a estas alturas del sector. Creía correr pero lo único que daba eran pequeños brincos de manera poco ortodoxa. Debía reunirse con su amigo- ZO para platicar sobre aquel implante que le ayudaría a convertir a su ingenua falda en una sagaz y astuta prenda lista para los deberes; de lo que no se había percatado era que su preciosa e impecable falda había caído al suelo.
Del otro lado se encontraba un señor robusto que daba de comer a las palomas. Al momento de oír la onda expendedora dejó la bolsa con migas en la banca para seguir su camino hacia el monumento dedicado a la “Revolución A-511” que lo transportaría de inmediato a su bunker, donde se comunicaría más tarde con el informante que contrató para espiar a su ex-esposa.
Pasaron uno junto al otro y la mirada del señor de inmediato se plantó en aquella obra de arte tendida solo para él. Pensó en levantarla e ir a la casa de recompensas que habían inaugurado a unos pasos del monumento, pero la mujer que acababa de pasar no merecía tal ultraje a pesar de su descuido, pensó.
-¿Esa falda es suya, señorita?
-Sí, disculpe.
Rápidamente la levanto sin mirar siquiera a su salvador.
-No se dispense, es una pieza extraordinaria.
-No es para menos, la he cuidado más que a mis pantalones.
-¿Y por qué ha hecho eso?
-Verá, las faldas son mucho más leales en comparación de los pantalones. No están con una por compromiso y es rara la vez que fallan. Los pantalones son una pérdida de esfuerzos.
El hombre no podía creer lo que esta niña decía. El siquiera pensar en menospreciar a un par de pantalones finos le parecía algo descabellado, y ahora que escuchaba cómo descalificaban a toda una raza le pareció aberrante.
-¿Dice usted entonces que los pantalones son oportunistas?
-Solo son volátiles y caprichosos, jamás se sabe cuándo saldrán o botarán a una en medio de un acto. 
-Curioso lo que me dice, señorita. ¿Me podría decir su nombre?
Quería estar seguro de saber el nombre de una traidora. En otro momento se encargaría de arruinarle la vida en el Ministerio.
-Pregúntele a la falda, verá que hasta en eso es suspicaz.
-Falda, ¿cómo se llama tu ama?
-Bernarda.
La tenía. Aunque todo pareció absurdamente sencillo.
-¿Qué te pasa ingrata?, ¿acaso ya no recuerdas con quien estás?
-Con Bernarda, estoy con Bernarda.
-Seguro alguna de tus fibras no responde bien al clima, maldito retazo. Eso debe ser.
-Espero que esa sea la razón, las composturas en faldas son más costosas que las de pantalones.
-Son en estos momentos en que envidio a las Piocas.
-No tiene por qué, son miserables por tener algo tan impredecible como un pantalón.
Ya no sabía si concordaba con aquella loca o solo era una careta demasiado convincente de la que jamás había sospechado que existiera.  
-Tiene razón, debo estar loca.
- Bueno, señorita, me retiro. Debo alimentar a mis botas.
-Botas, nunca he tenido botas. Las botas son cotorras, ¿verdad?
-Más bien parlanchinas.
-No le quito más su tiempo, que tenga buenas lunas.
-Gracias, que usted no las tenga.
-Que amable. ¡Hasta luego!

Dejó que caminara un poco para seguirla hasta donde fuera necesario. Tenía experiencia.

Visita la publicación original aquí