La cama era grande, azul, tiesa. Mi tío, con cara de padre,
recostado estaba. Un bebé juguetón, con la cara redonda y rosa, y una chica
entretenida. Volteó a mirar aquel cuerpo, inmóvil. Esperó, y no vio el monte
que bajaba y subía, esperó más. No lo veía.
Gritó, los pasos se oían, y la noticia debía ser dada, “Creo
que tu esposo ya no respira. Está muerto.” Cara impávida, como si lo hubiera
esperado desde hace mil años. “No te diste cuenta.” Y no volvió a abrir la
boca. Estaba aterrada, qué haría ahora. Dónde quedó el tío/padre para ayudar,
reír y cantar. Sentía las gotas, pero necias no salían.
Después era otro hombre, gordo y calvo. Con la cabeza
aplastada, como naranja. Acostado pero corriendo, de acá para allá. Lo llevaban
al lugar frío, de metal y estéril. Impotencia y confusión, vívidas sustancias.
Ahora era un circo, colores y formas se juntaban pero se
sentían. Aquel hombre, alto y esbelto, negro el cabello y brillosos ojos,
sonrisa cambiante. Perfecto. Una nueva mujer lo veía, lo quería tener. Los
payasos se mofaban, de todos, de ellos. Decepción y dolor, después una calle mojada,
empapada de dolor. Ella veía un auto, pequeño e irrisorio, lleno de narices.
Pero con una forma que reconocía, que anhelaba. Se abrieron las puertas y se
vio la sonrisa. Entró y se unieron, junto a los cómicos, los que cantaban y
volteaban.
Regresaba el bebé, que debía ser cuidado. Y la narradora
regresó al escenario. Lo nombraba, una y otra vez, hasta que quedara. Nombres extraños, bobos. Llegó uno magnífico,
lo dijo y supo. Amenazas por todas partes, ella debía cuidar a ella...o él. Me
hablaban sobre una madre, descuidada e irreal, incapaz y detestable. La
encontré, nos encontró.
Una camioneta café, vieja y olorosa, grande. Con teléfono pegado
en oreja, con esposo detrás de ella, no servía para nada. Sonrió malosamente, y
renombró a la criatura, enojada la que observaba la enfrentó y humilló, arrebató, pisoteó y
lanzó. Aquella madre, perdida, lo buscó y se
convirtió en nada. Quedó así la confundida con el/la bebé. No sabía en lo absoluto lo que hacía, pero
salvó una vida. Tal vez dos.
Y ahora risas, ¿payasos de nuevo? No, eran caras conocidas,
pero borrosas. Estaban ahí, acompañando, pero inertes. ¿Qué seguía? El
despertar, lo altivo y claro. Rememorar y preguntar.