lunes, 16 de septiembre de 2013

Crónica de un espectro

La cama era grande, azul, tiesa. Mi tío, con cara de padre, recostado estaba. Un bebé juguetón, con la cara redonda y rosa, y una chica entretenida. Volteó a mirar aquel cuerpo, inmóvil. Esperó, y no vio el monte que bajaba y subía, esperó más. No lo veía.

Gritó, los pasos se oían, y la noticia debía ser dada, “Creo que tu esposo ya no respira. Está muerto.” Cara impávida, como si lo hubiera esperado desde hace mil años. “No te diste cuenta.” Y no volvió a abrir la boca. Estaba aterrada, qué haría ahora. Dónde quedó el tío/padre para ayudar, reír y cantar. Sentía las gotas, pero necias no salían.

Después era otro hombre, gordo y calvo. Con la cabeza aplastada, como naranja. Acostado pero corriendo, de acá para allá. Lo llevaban al lugar frío, de metal y estéril. Impotencia y confusión, vívidas sustancias.

Ahora era un circo, colores y formas se juntaban pero se sentían. Aquel hombre, alto y esbelto, negro el cabello y brillosos ojos, sonrisa cambiante. Perfecto. Una nueva mujer lo veía, lo quería tener. Los payasos se mofaban, de todos, de ellos. Decepción y dolor, después una calle mojada, empapada de dolor. Ella veía un auto, pequeño e irrisorio, lleno de narices. Pero con una forma que reconocía, que anhelaba. Se abrieron las puertas y se vio la sonrisa. Entró y se unieron, junto a los cómicos, los que cantaban y volteaban.

Regresaba el bebé, que debía ser cuidado. Y la narradora regresó al escenario. Lo nombraba, una y otra vez, hasta que quedara.  Nombres extraños, bobos. Llegó uno magnífico, lo dijo y supo. Amenazas por todas partes, ella debía cuidar a ella...o él. Me hablaban sobre una madre, descuidada e irreal, incapaz y detestable. La encontré, nos encontró.

Una camioneta café, vieja y olorosa, grande. Con teléfono pegado en oreja, con esposo detrás de ella, no servía para nada. Sonrió malosamente, y renombró a la criatura, enojada la que observaba la enfrentó y humilló, arrebató, pisoteó y lanzó. Aquella madre, perdida, lo buscó y se convirtió en nada. Quedó así la confundida con el/la bebé.  No sabía en lo absoluto lo que hacía, pero salvó una vida. Tal vez dos.

Y ahora risas, ¿payasos de nuevo? No, eran caras conocidas, pero borrosas. Estaban ahí, acompañando, pero inertes. ¿Qué seguía? El despertar, lo altivo y claro. Rememorar y preguntar.