viernes, 21 de septiembre de 2018

Pidos

Siempre escribo sobre amor, aunque pocas veces lo he sentido. Un día alguien me preguntó si alguna vez he amado. Por supuesto. Cientos, miles de veces. Todo el tiempo.

En ocasiones amo las calles, las personas que caminan en ellas; los autos, las personas que hay dentro de ellos; mis piernas, las que caminan, pedalean y corren. Amo todo el tiempo.

Cuando lloro, amo mi rostro hinchado. Cuando hablo, amo mis tropiezos.
Cuando te veo sé que te amo también.

¿Tú amas? ¿Te amas? ¿Me amas?

Vivo el mejor idilio contigo, con ustedes y conmigo también. No hay mariposas, pero sí calambres. Mis mejillas se enrojecen pero jamás abro la boca. Cuando digo te amo hago muecas de dolor, pero es normal. El dolor es normal. Mi opio.

No recuerdo cuándo agarré tu mano por primera vez, pero sí cuando te obligué a verme el cuerpo entero.

Ya no quiero amar porque sólo me detiene las manos. Quiero vivir en una pausa que dure toda la vida.

Por dentro estoy podrida y sé por qué.

El amor apesta.

sábado, 4 de agosto de 2018

Milano

Dos conocidos;
recuerdos borrosos

La noche les acompañó; 
el aire, los vientos.

La sangre brotó; 
el sudor se hizo duro;
los ojos se cerraban.

Ella y él;
él y ella.

Forcejearon;
hasta que acabó.

Hablaban mientras sus piernas;
doloridas y velludas;
se tocaban.

Soñaban y sus manos;
entrelazadas.

El tiempo se los comió;
un jugo de naranja y ya.

Guardaron secretos en pantalones;
y su amor en los pechos;
¿de nuevo? No.

Algunos vidrios tronaron;
y rompieron sus zapatos.

Pero lo lograron;
ni una lágrima.

Alone, Henri de Toulouse-Lautrec

lunes, 16 de julio de 2018

16 de julio

Hoy no canté a todo pulmón, tampoco lloré.
Hoy me deshice de un problema, hoy casi me atropellan.
Hoy me dolió el estómago, hoy cumplo 6 años de recordarle cada día.

Al ritmo de sus charangas favoritas le recordé con cariño, tristeza y melancolía.
Melancolía que no he dejado de sentir desde ese día.

Fue a las 5:30, vi cómo los números de una máquina descendían a cada respiro que daba.
Por supuesto que me espanté, por supuesto que pensé que era el fin de todo.
Y así fue.
Acabó.
Se fue.

¿A dónde? No importa.
Su voz, sus ojos y sus brazos no volvieron a moverse.
Nunca.
Como si nunca lo hubiesen hecho.
Como si nunca lo hubiese aprendido.

Lo miré, pero no lo observé.
No vi que su piel ya estaba gris.
Su sangre ya no corría en su interior.
La lengua ya estaba fría.

Hasta hoy, hasta ahora, lo puedo recordar.
¿Para qué?
¿De qué sirve?
¿En qué ayuda?
Para nada.
De nada.
En nada.

Aún así lo tengo claro, estoy segura.

Una cortina nos rodeaba.
Éramos él y yo.
Le contaba cosas a medias, le inventé una historia sinsentido, abrí un libro y fallé en segundos.
No me importó, menos ahora.
Lo amé y él me amó, no necesito más.

Pero no, nuestras vidas no se reducen a eso.
Él fue por mí mientras coloreaba una hoja con círculos y triángulos.
Usé mucho el rosa y el morado. Predecible.
Y nos fuimos.
De regreso a casa me puso al volante.
Tenía menos de 6 años.
Ese ejemplo lo detalla a la perfección.
Amoroso y tremendo pelmazo.
Siempre.
Balance inquebrantable.

¿Cuestionarlo?
No, éramos felices.
A medias, un día decidió irse y nunca volver.
Cuando regresó decía y pensaba en tonterías, tonterías que no eran suyas.
Lo sabíamos, se perdió en el camino.
Intentamos estar, pero no sucedió.

No tengo lugares especiales, no los recuerdo.
Olvidé todo.
Mi cabeza está llena de retazos inconexos.
Ya no me esfuerzo demasiado.
Sólo intento vivir y ya.
A veces no lo logro.

Saborearé esta noche en mi cama.
Con una pesadilla.

El Soplón, por El Greco (1589-92)