sábado, 11 de julio de 2020

Cuarentena sin tu perro

Me atrevo a decir que cuatro años de mi vida están perdidos. No recuerdo mucho ni muy bien aquellos días en que quería morir y hacía cualquier cosa por debilitar mi cuerpo. Tampoco es que quiera recordarlos, no me molesta en lo absoluto saber que esos fueron mis años más oscuros hasta hoy y que inconscientemente los hice a un lado. Toda la niebla que inundaba mi cabeza se disipó una noche que mi madre trajo a la casa a un perro pelón, flaco y maltrecho. Vi con horror como entraba por la puerta un ser ojón que no lograba identificar, pero que con los años se convirtió en la razón de mi vida.

Jonás se llama, un perro que no ladra a extraños ni se come las plantas. Prefiere llorar cuando quiere que le haga mimos y le gusta comer papeles con caca en el baño cuando nadie lo ve. No todo fue amor y entendimiento a su llegada, primero pasamos por un camino doloroso que nos llevó a la conclusión de que no podíamos vivir sin el otro. Así fue hasta hace poco más de un año.

Me mudé a la ciudad pero sabía que no podía hacerlo sola, agarré mis cosas y le dije a Jonás que nuestro hogar ya no sería ese, sino otro que no conocía. Viví con él (y mi novio) por un año en la colonia Postal, colonia pequeña y familiar que recuerdo con añoro y melancolía. Fueron meses interesantes, Jonás y mi novio aprendieron a amarse en cuestión de semanas. Vi cómo su seguridad aumentaba cuando salíamos a pasear los tres, aunque mantenía su cercanía y cariño hacia mí sin importar dónde estuviésemos.

Pero todo tiene un final y ese final tiene fecha: 7 de enero del 2019. Ese día me mudé a un lugar donde no encontraría la calidez del perro que me acompañó por años. Fue doloroso, pero saber que estaría con su nuevo humano, mi novio, me tranquilizó. Hasta que ya no.

No me malinterpreten, reconozco que no hay mejor persona que él para cuidar y acompañar a Jonás. Pero nadie lo hará como yo, porque a ese perro le debo mi vida y trato de hacérselo sentir cada vez que salimos a caminar, cada vez que jugamos, cada vez que dormimos en el mismo cuarto y cada vez que miro a ojos y encuentro luz. La luz que apartó la neblina de mi cabeza. 

Hoy es momento de moverme de nuevo, pero reconozco que lo hago con mucho pesar. De nuevo no podré hacerlo con él, con Jonás. Me rompe. Me destroza la garganta. No hay mucho que pueda hacer mas que esperar y hacer todo lo que esté en mis manos para tenerlo de vuelta. Siento como la neblina poco a poco regresa, no sin encontrar la resistencia de una mujer que sintió el filo y decidió, con ayuda de un peludo narizón, no saltar. 

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