lunes, 28 de enero de 2019

Sangrando por un moco

Me he acostumbrado a tener pensamientos suicidas, he vivido con ellos desde que era muy pequeña y jamás me pareció algo extraño.

Hasta que lo platicaba; hasta que los demás me decían que no debía pensar así, que la vida es algo maravilloso y que se debe dejar crecer hasta que marchite. Jamás lo comprendí, y sigo sin hacerlo.

No quiero vivir. Bien, acaba. Quiero vivir. Bien, sigue. No hay más. Nada más humano que elegir nuestro final.

Y yo elegí seguir. Curioso dado que nunca me pensé más allá de mi miseria juvenil. Extraño porque juraba por todo lo que quería que un día iba a ser el día, sin importar el año o la circunstancia.

Me alegra, no demasiado, tomar una decisión tan fuerte. Tengo certeza de pocas cosas y una de ellas es que viviré hasta que mi cuerpo decida que es suficiente; no mi mente o mis manos.

Siempre serán las manos las que dicten el camino. Ya sea para señalar o para ahorcar. Bellas y asimétricas, los tentáculos carnosos saben más de ti y tu futuro que tu cabeza oscura y húmeda.

Es agradable saberlas tan portentosas, magnánimas en su ser.

Además de los pensamientos, están los pasos. Las acciones que se toman y que pocas veces se van. Numerosas han sido las ocasiones en que me acerco un poco más al filo del andén, al filo de la banqueta en una avenida, los dedos muy cerca del cuchillo.

Siempre. Siempre presente, nunca ausente.

Pero existe cautela. Mi madre no lo soportaría, mi hermano me odiaría, mis amigos se arrepentirían y las demás personas se lamentarían.

Si mi padre viviera, se enojaría. Después se convertiría en un hombre triste que no hace mas que cuestionar su papel en una decisión tan contundente.

Por mucho que desee mi muerte, no deseo el rastro de mi elección. Las lágrimas, las preguntas. Toda esa confusión.

Hoy vivo "sola", en un departamento con dos hombres desconocidos. Me siento en la cama con la almohada como respaldo, y escribo rápido y casi a ciegas.

Sé perfectamente qué pienso ahora. También cómo me siento. Pero sólo es un instante que durará hasta que apague la computadora, me quite el papel que tengo en la nariz y duerma.

Después todo será borroso, como el resto de mis recuerdos. Y tal vez, en algún momento, cambie de opinión.

The Suicide, (1922) por Otto Dix 


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